En un completo desorden aparecen
rascándose la cabeza los restos de las tardes anteriores, con cara de sueño y
confundidas. No recuerdan nada, se miran pero no entienden qué hacen todas
juntas en una misma habitación y con cara de resaca. Jorge entra sin previo
aviso, saca a la tarde del jueves y se la lleva sin decir nada, las otras
tardes quedan aún mas confundidas y empiezan a sentir miedo, y un poco de
vergüenza, algo no está bien, algo muy extraño ha pasado. Ni siquiera en las
fiestas de fin de año se habían reunido tantas tardes y menos en un salón tan
pequeño.
La tarde del domingo anterior entra
al baño y se encuentra con la mañana de mañana. Todo está mal. Empiezan a reconocer
los rostros de algunas noches tímidas que Jorge utilizaba para escribir poemas
que luego lanzaba por la ventana.
Era claro, estaban casi todas las tardes, una que otra mañana cálida y las noches más tristes de Jorge; estaban todas reunidas y no sabían por qué.
Era claro, estaban casi todas las tardes, una que otra mañana cálida y las noches más tristes de Jorge; estaban todas reunidas y no sabían por qué.
Cada media hora entraba Jorge y se
llevaba una docena de ellas, como siempre, sin mirarlas y sin decir nada. Una
noche de rumba empezó a especular que Jorge había enloquecido desde que en
aquella salida, un amigo le había dado una sustancia muy sospechosa que lo hizo
actuar raro por varios días. -Deben ser secuelas- dijo-, y, como las tardes y
sobre todo las mañanas eran bastante ingenuas, creyeron la versión de aquella
noche, ya que parecía conocer muchas más cosas sobre Jorge que las demás no.
Por la ventana del baño se asomaban a
la calle para pedir ayuda y veían a Jorge hablando con muchas personas que
hacían fila desde la cuadra anterior, algunos de ellos estaban muy ansiosos,
como si esperaran algo con suma urgencia. Jorge trataba de acomodarlos en un
orden ya que todos querían estar en primer lugar.
El día seguía transcurriendo y Jorge
entraba ya con más frecuencia pero con menos ánimos, se le veía cansado, había
entrado y salido unas doscientas veces y se había llevado consigo paquetes
enteros, y ya no escogía. A veces en los paquetes que se llevaba iban sólo
mañanas o sólo noches y se iba reduciendo el número en la habitación.
Al final del tercer día, a eso de las
cinco de la tarde, Jorge entró a la habitación y sin fuerzas ya para caminar,
se derrumbó sobre los brazos de la última tarde que quedaba, en la mano
empuñaba una hoja de periódico que contaba toda la historia de lo que sucedía,
contaba que Jorge un joven poeta una noche había decidido suicidarse, pero una
idea mejor se le ocurrió: regalarle al mundo lo más valioso de todo, algo que
ni siquiera Dios está dispuesto a regalar: Tiempo. Ese tiempo que había
malgastado y que iba a malgastar tirándolo al olvido de la muerte, pero que a
otros tanto les serviría para hacer y deshacer los momentos aplazados que no
tuvieron lugar. Por eso cuando Jorge regalara la última tarde que quedaba en la
habitación, sólo le quedarían las horas restantes de ese mismo día.
Karen Álvarez.
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