Tal vez vaya arrancándome despacio la tardes llenas de recuerdos infames y vergonzosos, hasta que ya no quede ningún residuo.
Ansío los ratos llenos de los rosarios que rezaba mi abuela al borde de la cama, desgastada en sueños flotantes y desvaríos de otra época. Días en que la naturaleza se decidía rotundamente por el surrealismo y después de eso cualquier sabor es igual a simple.
Desde entonces el tiempo se me llenó de arrugas y jamás pudo volver a seguirme el paso.
Inolvidables las gotas de lluvia que pausaban su camino para mirar los rostros de los niños bañados con la sangre de sus padres, llorando por instinto y luego por costumbre.
Las puertas nunca se cerraron para que entrara el aire a llevarse la mugre que otros dejaban como marcas de fuego sobre la piel joven de quienes aun recuerdo.
Aprendí todo lo que necesitaba a una velocidad insignificante, a fuego lento, con quemaduras de tercer grado, y como siempre, llegué tarde a ese preciso momento que le daría sentido al resto de mi vida.
Karen Álvarez.
Karen Álvarez.
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